CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO

Judith Butler lanza su manual de combate.

Por Rosa María Rodríguez Magda


COMENTARIO PREVIO DE OSVALDO BUSCAYA


{El mensaje es simple: ¿Quién teme al género? Los movimientos conservadores y el feminismo crítico del género. ¿Qué temen? El fin del modelo patriarcal heterosexual, de la diferencia sexual hombre/mujer, de la familia… ¿Quiénes son? La derecha, el Vaticano, el trumpismo y el feminismo transexcluyente. ¿Qué son? La nueva forma del fascismo ¿Qué pretenden? Acabar con los derechos de las personas trans, LGTBIQA+, las mujeres, los migrantes, los racializados… ¿El feminismo también lo pretende? Sí, porque al no ser inclusivo con las mujeres trans es cómplice del fascismo. ¿Cuál es la solución? Que el género forme parte de la lucha global por un mundo más justo: “defender los estudios de género y la importancia del género para cualquier concepto de justicia, libertad e igualdad es sumarse a la lucha contra la censura y el fascismo” (p. 306).}, Pues, la cultura transexual ecuménica perversa patriarcal imperante -- para defenderse de los inevitables cambios y movimientos -- de los sectores estereotipados y cristalizados, se vale del poder que controla las herramientas comunicacionales que ayudan y mantienen el statu quo: La irresoluble perversión no sublimada y la ambigüedad sexual del varón que posee la decisión final en este esquema, donde el macho sigue siendo la ley. El cambio está en la educación, pero se nos presenta el hecho de que la misma está inserta en el desarrollo de cada civilización y ahí entramos en la “cultura”. “Cultura” se interpreta desde el sacrificio humano para satisfacer a los “dioses”, la patria potestad que permitía al “varón” hasta matar a un hijo, cercenar el clítoris de las niñas (como se practica aún en numerosos lugares del planeta) y así recorreríamos este trazado “cultural” con otros ejemplos. Es el hecho del poder. Ahí se presenta el “asunto”, como tener el poder para educar y que “los varones cambien la cabeza”. “Sin eso nada sirve”. No es pretender el matriarcado, sino una genuina igualdad, pero no con las pautas que impuso el varón. Quiénes fueron educados y formados para ser represores presentan un problema insalvable, y ahí es donde deberíamos plantearnos, sin ocultarnos, las consecuencias de proseguir sin cambiar las pautas culturales. Si la mujer no interviene activamente en éste momento histórico, no tendremos futuro. El varón seguirá siendo un represor. El “varón” represor no permitió desde el principio de la historia la participación de la mujer.


{es la reivindicación queer del género la que ha traicionado la agenda del feminismo posicionándose a favor del trabajo sexual, los vientres de alquiler, el abandono de la mujer como sujeto del feminismo…}, Pues, la mujer ha sido y es un objeto y una mercancía para el varón, irresoluble ambiguo sexual. Desde el jeque hasta el “varón” más indigente de una favela o villa miseria el comportamiento es idéntico en la utilización del “poder”; sin considerar a la mujer como persona. Es un hecho “cultural”. Los perversos con poder, desde un emirato hasta el área de los indigentes, hacen víctimas a quienes son “atrapados” por las “creencias indiscutibles”. La necesidad de los hombres de controlar a las mujeres ha sido tal, que le ha llevado desde los tiempos antiguos a privarlas de sus valores más fundamentales. La historia de las mujeres, es decir, de más de la mitad de la humanidad, apenas aparece esbozada en los libros de texto. Durante siglos ha sido silenciada y tan sólo en algunos casos aparecen personajes femeninos rodeados de un halo de misterio. La cultura masculina ha tiranizado las relaciones entre géneros imponiendo su autoridad en todos los ámbitos: sociales, religiosos, políticos y culturales. De ahí que aún hoy día la mujer sufra una constante discriminación que sigue negando la igualdad de derechos con respecto a los hombres. La tortura de mujeres, tanto en el ámbito doméstico como en el institucional, es una práctica cotidiana.


Un penoso conflicto que la mujer padecería sería; ¿Cómo admitir que el patriarcado es el padre, el hermano, el compañero, el dirigente, el ecuménico, etc., y que en esta regla no habría excepción?


Señalo en mi Ciencia de lo femenino (Femeninologia) cuanto tenemos que aprender, sobre la estructura de la relación de la mujer con la verdad como causa, en la imposición del transexual ecuménico perverso patriarcado incluso en las primeras decisiones de la simiesca horda primitiva.


Experimentamos así la impresión de que la civilización es algo impuesto a una mayoría contraria a ella por una minoría que supo apoderarse de los medios de poder y coerción.” (Freud)


Vivir, es una burlesca simiesca parodia siniestra idiota.


El mundo es idiota, me aburre en todos sus niveles; Sin excepción; ¡¡¡Siendo un error olvidarlo!!!


El sentido y la verdad del feminismo, es la derrota del varón; perverso irresoluble y ambiguo sexual


Un travesti no es una mujer

Lo femenino es el único y absoluto camino

Buenos Aires--Argentina--15 de mayo de 2024

Osvaldo V. Buscaya (1939/2024)--OBya--Psicoanalítico (Freud)-*Femeninologia-*Ciencia de lo femenino

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Judith Butler lanza su manual de combate--Por Rosa María Rodríguez Magda Filósofa y escritora



En cuanto salió Who’s Afraid of Gender? compré el e-book. En un poco más de un mes se ha publicado su traducción al castellano, ¿Quién teme al género?[i], que el mismo día de su distribución, el 7 de mayo, me trajo Amazon a casa. Tal premura, como podrá suponer quien me conozca, no se debe a que yo sea una fan de la autora, sino a que se trata del argumentario con el que vamos a tener que bregar a partir de ahora, y bueno será comenzar a desarmarlo.


Está bien que el transactivismo menos leído se dote de una retórica que vaya más allá del insulto y del victimismo, pero como andamiaje teórico queer resulta decepcionante. En este libro Butler abandona la jerga académica para adoptar un lenguaje más adaptado al debate, y es entonces cuando descubrimos que gran parte de su supuesta densidad conceptual era más bien oscuridad, y no encubría sino un rudimentario pensamiento esquemático. La intención es explícita -y nada conciliadora: “¿Cómo denunciar públicamente todas las artimañas del movimiento antigénero? ¿Podemos dar a conocer la dimensión psicosocial de este nuevo fascismo en términos comprensibles para todos?” (p. 293).


El mensaje es simple: ¿Quién teme al género? Los movimientos conservadores y el feminismo crítico del género. ¿Qué temen? El fin del modelo patriarcal heterosexual, de la diferencia sexual hombre/mujer, de la familia… ¿Quiénes son? La derecha, el Vaticano, el trumpismo y el feminismo transexcluyente. ¿Qué son? La nueva forma del fascismo ¿Qué pretenden? Acabar con los derechos de las personas trans, LGTBIQA+, las mujeres, los migrantes, los racializados… ¿El feminismo también lo pretende? Sí, porque al no ser inclusivo con las mujeres trans es cómplice del fascismo. ¿Cuál es la solución? Que el género forme parte de la lucha global por un mundo más justo: “defender los estudios de género y la importancia del género para cualquier concepto de justicia, libertad e igualdad es sumarse a la lucha contra la censura y el fascismo” (p. 306).


Tras una introducción general a la cuestión de cómo el género se ha convertido en la fantasía que aglutina y activa miedos y odios, realiza un análisis en los tres primeros capítulos sobre los ataques “antigénero” del movimiento internacional conservador. El conjunto, si bien nos sirve de aviso de la preocupante ola reaccionaria que recorre el mundo, acentúa las tintas y ofrece un panorama apocalíptico poco matizado. No es lo mismo Erdogan, Bolsonaro, Putin, Milei o Meloni que Macron; o la situación en diversos países europeos, como Inglaterra, Francia o Alemania, donde las libertades están garantizadas y los partidos antigénero son minoritarios, como Vox en España; ni la situación en África o Asia obedecen a las mismas dinámicas culturales. No se menciona la hegemonía de la teoría queer en las universidades americanas y europeas, ni el hecho de que las leyes de autodeterminación de género se hayan extendido internacionalmente desde la década anterior, ni los pronunciamientos de los organismos internacionales (Parlamento Europeo, Consejo de Europa, ONU, Convenio de Estambul…). El panorama de negros augurios se completa con los capítulos 2, 3 y 4, dedicados al punto de vista del Vaticano y los ataques al género en Estados Unidos. No digo, ni mucho menos, que haya que minusvalorar el auge del conservadurismo antigénero, sino que en la descripción se nos hurtan los datos contrarios, los avances y las resistencias, todo ello para inducir al lector a una situación emocional de heroísmo o aniquilación. Presentando el género como “una promesa de libertad, una libertad frente al miedo y la discriminación, la violencia homófoba y el asesinato, el feminicidio, la prisión, las restricciones de la vida pública, la falta de acceso a la atención sanitaria… que permiten o imponen los poderes de Estado” (p. 284).


Las corrientes reaccionarias incluyen no solo los movimiento LGTBIQA+, sino también el feminismo, en la por ellos denominada “ideología de género”, pero la defensa del género que frente a ello preconiza Butler lo que no incluye es lo que siempre ha sido el feminismo.


Butler se refiere con una ironía despectiva a las “feministas críticas con el género”, primero afirmando que no son críticas, sino simplemente transexcluyentes, y después permitiéndose desde no se sabe qué superioridad intelectual, explicar qué significa “crítica”, para concluir, desde no se sabe qué superioridad moral, que no son siquiera feministas, sino peligrosas aliadas del fascismo. Dos serán sus chivos expiatorios en su ataque: J. K. Rowling y Kathleen Stock. Ninguna referencia al acoso y agresiones que están sufriendo feministas por cuestionar los dictados queer.


Desde el primer momento se juega intencionadamente con un confusionismo e igualación entre derecha antigénero y feminismo crítico con el género; sexo y género; feminismo y LGTBIQA+; género y lucha contra todas las opresiones; género y libertad e igualdad.


Butler comienza afirmando que no hay una sola definición de género, pero la derecha la ve como algo monolítico, ejemplificación de la destrucción social y moral. También deja claro que no es su intención “ofrecer una nueva teoría del género o reconsiderar la teoría performativa que ofrecí hace casi treinta y cinco años” (p. 34). Es consciente de los malabarismos que ha debido hacer desde Gender Trouble (El género en disputa) para no perder a su público. Si partimos de aquella primera formulación, y entendemos el sexo como performance y como constructo cultural, lo lógico es negar cualquier postulación de un sexo verdadero, y de todo género que no sea sino juego electivo con los géneros. Y si bien ello puede ser asumido por las personas no binarias, choca frontalmente con el transactivismo que introyecta los estereotipos de género de manera binaria y convencional, y también con las legislaciones que se basan en el supuesto del “cuerpo equivocado” para garantizar terapias afirmativas a niños y adultos. Por ello ahora, de mano de sus reflexiones posteriores en torno a la vulnerabilidad, identifica a las personas trans como gente vulnerable que tiene derecho a vivir su cuerpo (gender […] some way of living the body (p. 11)). Se da aquí una no asumida paradoja, pues el género verdadero aparece subrepticiamente, no como efecto del poder normativo, ni en cuanto sexo como hecho biológico, sino emanado de la experiencia vivida, portadora de derechos inimpugnables, lo que no admite contestación, pues no estamos hablando de algo sujeto a razón sino a una certeza íntima. Indudablemente esta reintroducción oculta no va a ser admitida por la autora, pero es la que evidencia el reajuste de su pensamiento desde Gender Trouble a la actualidad, un paso de lo ficticio o performativo a lo real, y así, referido a la cultura drag, afirma: “¿cómo logran las ficciones comunicar verdades que no podríamos entender por otros medios?” (p. 178). En todo el libro que ahora nos ocupa se percibe una falta de concreción del concepto de género que unas veces parece tornarse más substancial y otras más difuso. En este último sentido, afirmará: “El género es como mínimo el paraguas que abarca los cambios en la forma en que se perciben los hombres, las mujeres y otras categorías” (p. 27).


choca frontalmente con el transactivismo que introyecta los estereotipos de género de manera binaria y convencional


Partiendo de que, para Butler, “mujer” es una categoría abierta (p. 28), emplea una terminología que la desdibuja, así como al sexo. La insistencia en hablar de “cuerpos” invisibiliza la diferencia sexual, las mujeres dejan de existir como sujetos para pasar a ser una más de las formas que pueden adoptar los cuerpos, y así se puede llegar a hablar de pregnant people’s bodies (“cuerpos embarazados”). Son también los cuerpos los marcados por el género (gendered body) o por el sexo “asignado al nacer”. Reparemos en que habla también de sexed bodies cuerpos “sexuados” -es decir, el sexo es algo que se superpone al cuerpo, no algo intrínseco a los cuerpos-, y así también se refiere a “sexed identity”, identidad sexuada en vez de identidad sexual.


En contra de esta evidente minimización, la autora matiza que desde la teoría del género no se afirma que el sexo no sea real, y se esfuerza por mostrarnos cómo la historia y la cultura influyen en la percepción que de él se tiene. Tampoco el feminismo radical afirma que seamos solo sexo. La definición de mujer como “hembra humana adulta” sirve como eslogan, no como teoría, porque ser mujer es mucho más que la especie.


A pesar de estas matizaciones, a lo largo de las páginas la autora se viene arriba en un crescendo contructivista, llegando a compartir con María Lugones que el dimorfismo sexual no se basa en la biología, sino que es un efecto del colonialismo y del capitalismo global eurocéntrico (p. 257).


Otro elemento que no quiero dejar de señalar es el sesgo androcéntrico: durante todo el texto, el eje de la problemática trans son los hombres que se autoperciben como mujeres, y me pregunto: ¿Y las mujeres que se autoperciben como hombres?, ¿no merecen una reflexión específica?


durante todo el texto, el eje de la problemática trans son los hombres que se autoperciben como mujeres, y me pregunto: ¿Y las mujeres que se autoperciben como hombres?, ¿no merecen una reflexión específica?


Finalmente en la proclama que cierra el libro, frente al creciente negacionismo del género, que se presenta como recorte de libertades y ataque, y supresión de los derechos especialmente de las personas trans, Butler chantajea al feminismo crítico con el género diciéndole que con su postura es un aliado del fascismo y un traidor al verdadero feminismo. Habría que recordarle a Butler que hoy la agenda del feminismo y la agenda LGTBIQA+ son diferentes: mientras en la primera prevalece la igualdad entre mujeres y hombres y la emancipación de las mujeres, la segunda se centra en la libertad y autodeterminación sexual; que la segunda ha usurpado el puesto de la primera, y se vende como feminismo lo que no es sino teoría de los géneros; que es la reivindicación queer del género la que ha traicionado la agenda del feminismo posicionándose a favor del trabajo sexual, los vientres de alquiler, el abandono de la mujer como sujeto del feminismo… (todo ello compartido por Butler); que ha consumado su traición aliándose con el neoliberalismo, y que en su implantación, promovida por lobbies económicos y activistas del norte global, está ejerciendo un real colonialismo.


es la reivindicación queer del género la que ha traicionado la agenda del feminismo posicionándose a favor del trabajo sexual, los vientres de alquiler, el abandono de la mujer como sujeto del feminismo…


Who’s Afraid of Gender? no es una apuesta teórica por el diálogo, no es ni siquiera una apuesta teórica, es un manual de combate que sitúa al feminismo como enemigo.


[i] Judith Butler, ¿Quién teme al género?, Barcelona, Paidós, 2024.